domingo, 13 de mayo de 2012

Ikatz kalea

Érase una vez,

Una calle donostiarra, una calle llena de gente, gente joven, en el corazón de la parte vieja de la ciudad. Una calle de culto para los fieles de sus bares, que cada sábado acudían sin falta a sus oscuros templos. Una calle llena de vida lo sábados por la noche, y llena de "muertos" los domingos por la mañana. La calle más transitada el día de Santo Tomás, la noche del 20 de enero, y los primeros dos fines de semana de septiembre.

Las kuadrilas se juntaban allí, se divertían siempre, bailando, cantando y muchas veces bebiendo, sólo agua y coca-cola, por supuesto. Cada kuadrila tenía su propio lugar a lo largo de los escasos 100 metros de calle, y los miembros de cada una sabían a dónde tenían que ir si querían encontrarse con los suyos. Algunos preferían música mas "pachanguera", otros eran amantes del rock, otros del punk. Pero todos convivían, se conocían y compartían los mismos dos edificios a cada lado y las mismas baldosas pringosas. Allí se sentían seguros, muchos dicen que era el rincón más seguro de la parte vieja, allí nadie podía hacerte daño, porque siempre habría alguien que saldría a tu rescate, alguien te defendería ante cualquier extraño. 

Una de las kuadrilas más típicas en aquellos tiempos era una compuesta por once chicas. Muy de pequeñas ya visitaban de vez en cuando un pequeño bar llamado Urraki, donde dieron comienzo a incontables noches interminables, cientos de anécdotas inolvidables y conocieron a muchas personas increíbles. A medida que crecían, algunas dejaron de visitarlo, pero otras seguían juntándose allí, todos los sábados por la noche, para hacer resumen de la semana, para reirse como nadie y para seguir viviendo noches interminables, con la compañía de la buena música y un buen "txirrisklas". 

Año tras año conocían más de la calle, mas bares, mas camareros que las trataban como a reinas, mas chupitos nuevos y bocadillos deliciosos con los que disfrutar. Pero Ikatz seguía guardando algunos secretos que no llegaron a conocer hasta mucho más tarde, casi siete años después de poner por primera vez un pie en aquella calle. ¿Qué se escondía tras la puerta del baño que siempre estaba cerrado en el Belfast? ¿Qué guardaban en el armario de madera oscura del Suhazi? ¿ Qué había detrás de las puertas grandes al lado del Herria?... 

Un cálido sábado de mayo del 2012, lo descubrieron, pero los secretos que encontraron llegaron más lejos de lo que esperaban. Ése día sólo habían salido tres amigas. Mientras veían un partido de la Real Sociedad en el Belfast, una de ellas fue al baño, y se dio cuenta de que el baño que siempre estaba cerrado estaba abierto. Entró emocionada, intrigada por el misterio. Nunca se habría imaginado aquel sitio oculto. Un baño enorme, con techo alto. Sus paredes estaban decoradas por baldosas de colores y en su techo había pintado un fresco de casi tantos colores como las paredes. Olía a incienso, y el suelo estaba enmoquetado. Y para poner la guinda al pastel, del techo colgaba una preciosa lámpara construida con muchísimos cristales diminutos de colores que nunca antes había visto. Salió y se lo contó a las otras dos. Fueron corriendo a verlo, pero el baño ya estaba cerrado.

Cuando ya había anochecido fueron al Suhazi. La suerte les sonrió, o quizás fue simplemente que el camarero las trataba demasiado bien, porque les regaló los pinchos que habían sobrado, que eran unos cuántos, y a cada cual mas sabroso y de mejor sabor. Acto seguido, el camarero abrió la puerta del armario  de madera que había detrás de las chicas, para enseñarles lo que escondían allí. Lo que vieron fue algo que nunca habrían podido imaginar ni siquiera bajo la influencia de las drogas más delirantes. Un diminuto mundo se extendía detrás de aquellas puertas. El viento suave que corría por sus montañas olía a especias y las voces de los pequeños habitantes de aquellas tierras se oía por todas partes. Los ríos transportaban licores y de los arboles crecían canciones.  Ellas no se lo podían creer, en sus ojos se reflejaba el asombro y el principio de lo que iba a ser una noche sacada de una película de ciencia ficción. 

Pensaban que habían bebido algo demasiado fuerte, o que alguien había drogado su cena, ya que lo que vieron aquella noche fue muy difícil de creer. Resolvieron también el tercer misterio " ¿ Qué había detrás de las puertas grandes al lado del Herria?... " . Allí guardaban algo que brillaba tanto, que solo pudieron mantener la mirada unos pocos segundos. El resto de la gente que estaba en la calle aquel sábado parecía no inmutarse, parecía no darse cuenta de lo que ellas estaban viendo. Pero todo era cierto, no era ninguna invención o fantasía, todo era real, tanto como la música que escuchaban. 

Pero lo que nunca hubieran esperado fue el cuarto misterio que nunca se habían planteado.
Hacía muchos meses que no visitaban el bar de su infancia, el Urraki, y decidieron ir a ver que tal estaba.  A los diez minutos de entrar sintieron una necesidad humana de ir al baño. Entraron las tres a la vez, como cuándo tenían 14 años. Una sujetaba la puerta mientras la otra hacía lo que tenía que hacer y la otra esperaba intentando aguantárselo. La tercera se resbaló de repente y se apoyó en el grifo, que giró bruscamente y pareció romperse. Se hizo el silencio, la preocupación en sus caras. Sin saber por qué, el suelo empezó a temblar, las paredes a moverse y la pared del retrete cayó. Se quedaron en shock. Tras aquel sucio baño encontraron un sitio que ni en sus mejores sueños podrían haber visto. Sin dudarlo dos veces entraron dejando el Urraki atrás. 

Una calle se presentaba ante ellas. La música era mil veces mejor que la de Ikatz. Había cinco veces mas bares y al fondo se veía un escenario donde estaban dando un concierto. Detrás del escenario había un edificio de tres pisos, decorado con graffitis y enfocado con dos focos enormes. Estaba lleno de gente de todo el mundo que les invitaba a entrar y a bailar, les daban la mano para que se uniesen a su fiesta pagana. En el cielo se veía el universo, se veían todas las estrellas existentes, y la que todavía no habían nacido, se veían galaxias y estrellas fugaces. 

Disfrutaron, más que nunca, y desearon que aquella noche nunca terminase, desearon ser jóvenes para siempre, desearon vivir eternamente, y estar juntas. Después de muchas horas se dieron cuenta de que debían volver a casa, a sus obligaciones del otro lado del baño del Urraki, a las clases de la universidad, al trabajo, a sus otras amigas. Pero no sabían como volver, habían olvidado el camino. Sin saber de dónde, un coche apareció delante de ellas, un coche que a una de las amigas le perdía, un Mercedes. El simpático conductor les abrió la puerta y les dijo que subiesen, que les llevaría de vuelta a casa. 

De vuelta a casa miraban por la ventanilla del coche, intentando memorizar cada esquina de cada edificio, cada nombre de cada bar, el camino que estaban haciendo, para poder mostrarles su descubrimiento a las demás cuando volviesen.

Salió el sol, y despertaron, cada una en su casa. Tenían en el cuerpo la misma sensación, se sentían especiales, se sentían afortunadas, se sentían " Gauaren erreginak" ( Las reinas de la noche ). 

Cada sábado volvieron a intentar volver allí, pero no encontraron la manera. Aún así nunca desistieron, y siguieron con su ilusión buscando, y aunque nunca consiguieron volver allí su ilusión nunca se apagó, y nunca se apagará.

Ahora, después de unos años, siguen contando su aventura en la calle Ikatz, y la gente que les escucha nunca les cree, pero ellas saben que lo que vivieron fue verdad, y eso nadie nunca se lo podrá quitar.




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