La luz matinal se filtra por la rendija entreabierta del cajón donde están guardados los calcetines y la ropa interior. Se abre el cajón. Una mano busca un par de calcetines, coge un calcetín rosa, pero ¿dónde esta su pareja?
¿Dónde está el otro calcetín rosa? Seguro que está solo, abandonado en la lavadora de cualquier lavandería de la ciudad. O quizás haya caído detrás de la secadora, en el hueco entré la secadora y la pared, lleno de polvo y suciedad. Pobre calcetín solitario, abandonado sin su pareja, pobres calcetines separados por el destino. Es posible que se haya caído por un agujero que tuviese la bolsa dónde estaba de camino a la lavandería, o de vuelta a casa. Seguro que se siente solo, olvidado, ¿Quién quiere a un calcetín solitario? ¿ De qué sirve un calcetín desparejado tirado en la ciudad? Y el otro calcetín rosa, en su cajón, acogedor, cálido y limpio, pero tan vacío sin su pareja. Su dueño le obligará a emparejarse con otro calcetín en su misma situación, otro calcetín que no conjuntará con él, puede que sea uno azul a rayas, o uno blanco con corazones, pero ninguno podrá sustituir a su compañero, a su par de calcetín, hecho a su medida. ¿Nunca has pensado en ese calcetín solitario que perdiste y que nunca volvió a aparecer?
En honor a mi calcetín desaparecido hace dos semanas.
Desde Palermo, con amor.